La respuesta

Eran catorce cuadras, con dos curvas incluidas. Fueron las más largas de su vida. Estaba cuidadosamente vestido: ni como siempre, ni como para una fiesta. Un intermedio muy pensado. Iba a declarar su amor largamente escondido, alimentado en secreto, de costado, intenso, creciente, incomparable y —al menos así lo intuía él— no correspondido. Iba  a ganarlo todo o a perderlo todo, a matar o morir. Daba este paso clave, rumiado diecinueve días y quinientas noches, como aquel cantante, con la convicción de que le dirían que no y la esperanza de que le dijeran que sí. Nada se pierde con intentarlo, y esto que le atoraba el alma necesitaba explotar.

“Tengo que conversar un rato con vos…”. Así, sin tema específico… “Sí, a las tres me viene bien”, respondió a su respuesta (y a las cuatro, y a las cinco y a las seis, si todas las horas le estaban dedicadas).

Conocía la casa, había estado en dos cumpleaños. La escalera larga de la entrada, con un living chico y acogedor, ligeramente over-dressing. Clase media típica, un poco cuesta abajo en la rodada, probablemente porque el padre se había evaporado de modo misterioso —esto último lo sabía él, lo otro, (lo anterior, los juicios sociológicos) no lo pensaba aún, lo pensaría ahora—.

La escalera le pareció, esta vez, un túnel interminable. Ella, linda como siempre, con esos ojos de muerte. “¿Querés un mate?”. “No, gracias”. No tomaba mate, ni podría tomar nada ahora…

Nervioso, con el temblor que dan al alma y al cuerpo sólo las encrucijadas. Le dijo lo obvio, con un prolegómeno muy breve; derrotado de antemano, fue al grano… Que la quería, y que sabía que no era correspondido, y que no podía salir de ese encierro: “diciéndote esto que te digo, espero, saldré de una vez”. Y la miró digno, con algo de ese alivio que únicamente pueden procurar ciertas humillaciones. El instante siguiente fue pleno. Ella lo miró comprensiva, sin sorpresa, con cariño y un repizco de admiración. Sus palabras transmitieron todo eso, breves e incisivas; sincera, lo invitó a quedarse un rato. Él quería huir desde que había llegado, y se fue caminando despacio. Ahora las cuadras fueron cortas. Tenía la respuesta que había ido a buscar… lloraba en silencio, hondo, muy hondo y amargo y casi sin lágrimas, su ansiada liberación.

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